Publicado el 11 de Febrero de 2015
Aun cuando la producción vitivinícola fue destinada preferentemente al consumo interno, parte de ella se exportó a los países vecinos. En 1794, la corona española, como una forma de proteger el comercio de vinos españoles, dictó una orden real prohibiendo la exportación de vinos chilenos a Nueva España y Nueva Granada.
Desde la conquista y hasta mediados del siglo XIX, el sistema traído por los españoles para el cultivo de la vid y la tecnología en la producción del vino, se mantuvo inalterable. El proceso de modernización capitalista y la expansión de la economía chilena vinculada a la apertura del comercio del norte del atlántico, trajo consigo una radical transformación en la industria vitivinícola chilena. A partir de 1850 los productores y los empresarios vitivinícolas invirtieron fuertemente en maquinarias, técnicos, importación de cepas, sistemas de transporte y en la construcción de bodegas subterráneas. Hacia 1880, concluyó el proceso de formación y transición de la industria vitivinícola chilena; y se inició el florecimiento de esta actividad económica. El vino chileno adquirió otra presencia y la producción aumentó considerablemente, al mismo tiempo que los sistemas de transporte y comercialización se hicieron más eficientes.
La producción de vinos finos para exportación vio su recuperación en la década de 1980, cuando productores mundiales reconocieron la calidad de las cepas chilenas y decidieron invertir en ellas. Empresas internacionales como Miguel Torres y Domecq de España, y Margaux y Lafite Rotschild de Francia se hicieron presentes y comenzó la recuperación del decaído mercado exportador chileno. Modernas tecnologías reemplazaron las ya anticuadas instalaciones, sumadas a una regulación y legislación en la producción de vino, hicieron que Chile, a finales de la década, ocupara un lugar destacado entre los productores mundiales de vino.
La uva carménère es exclusiva de este país del Cono Sur, ya que esta cepa europea fue extinguida en el siglo XIX por la filoxera. La cepa carménère se consideraba extinta, hasta que a principios de la década de 1990, enólogos franceses, notoriamente el ampelógrafo Jean-Michel Boursiquot, percibieron que en Chile, esta uva aún se cultivaba inadvertidamente, mezclada con pies de Merlot.
No es la primera vez que en Chile una cepa se confunde con otra. A fines del siglo XIX se introdujo en Chile el Cabernet Sauvignon y en la década de 1970, un grupo de enólogos descubrió que entre las cepas del Cabernet Sauvignon se encontraba mezclada otra cepa de origen francés: el Merlot.
La revolución tecnológica, y todos los esfuerzos posteriores, pavimentaron el camino para que actualmente la producción chilena de vinos sea reconocida internacionalmente por su inconfundible sello y calidad.
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