Publicado el 31 de Mayo de 2016
El tanino está en distinta proporción según tipos de vino; el tinto es el que tiene mayor concentración de taninos y de color, los rosados bastante menos y los blancos en muy pequeña proporción. El tanino da un sabor astringente a los vinos y esta aspereza, al igual que el sabor amargo o el salado, se perciben más a menor temperatura. Por ello, un vino muy tánico (con mucho color), algo amargo o salado que se tome muy frío, resultará desagradable.
Los rosados, con menos color y taninos, permiten o exigen una menor temperatura, y más fríos deberán tomarse todavía los vinos blancos.
Los alcoholes del vino quedan resaltados o potencia dos a mayor temperatura. Cuanto más elevada, mayor desprendimiento y sensación alcohólica. Esta es la razón por la que los orujos y otros destilados se consuman muy fríos. Pero además, el acetaldehído o etanal, que da un olor “ vinoso” , se volatiliza a 21 ºC, oscureciendo otros matices aromáticos más nobles. Esta razón por si sola desaconseja sobrepasar los 18-19 ºC de temperatura.
La acidez resulta acentuada con el calor. Si el vino está fresco, la acidez colabora con el fruto del vino, volviéndolo más agradable y refrescante.
El azúcar de los vinos se percibe también de distinta manera según su temperatura; a mayor temperatura, si el vino tiene una gran concentración de azúcar, resultará más empalagoso. Por otro lado, a bajas temperaturas, el azúcar suaviza otros aspectos del vino como astringencias y amargores.
Los aromas pierden fuerza y expresividad por debajo de unos 4-5 ºC, por lo que éste sería el límite inferior de consumo; en principio, a menor temperatura los aromas serán menos perceptibles.
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